El laberinto de la edición digital
Todos los implicados en el (complejo) proceso de la edición digital parecen estar de acuerdo en la necesidad de abordar el cambio de paradigma con una mentalidad abierta y con iniciativas de desarrollo. Es cierto que el libro electrónico «ha llegado para quedarse», y que, por tanto, es lógico tomar las medidas oportunas para que los cambios que ello está provocando no releguen a las editoriales a un segundo plano (en favor de operadores mastodónticos como Apple, Google o Amazon).
Hasta ahí la hermosa teoría que expertos, analistas, consultores y estudios varios sustentan cada día; sin embargo, la realidad que nos encontramos en el trabajo cotidiano es bien distinta.
Sólo sé que no sé nada
Lo cierto es que muchas editoriales están abordando estos cambios sin el menor conocimiento de lo que ocurre alrededor; y, aún peor, sin que aparentemente tengan interés en hacerlo. Sus estrategias consisten en la carencia de estrategias, lo cual provoca, por un lado, una errática trayectoria en lo que a consolidación de fondo digital se refiere, y, por otro, una ignorancia absoluta de las posibilidades y problemas que acarrea el proceso de conversión.
Bastantes editores trabajan al calor de subvenciones o proyectos esporádicos, sin diseñar un proceso claro y coherente de digitalización. Otros muchos se han «rendido» al dictado de los grandes distribuidores, acatando sus (en muchos casos absurdas) reglas y obviando cualquier planificación ulterior. Y todos, absolutamente todos, han abdicado de su tarea como editores con su renuncia a liderar el cambio tecnológico y dejarlo en manos de fabricantes de hardware y/o distribuidores monopolísticos.
Cuarto y mitad de ebook
Tanto es así que, sin ir más lejos, nos podemos encontrar todos los días con editores que no saben siquiera el formato en el que desean que se digitalicen sus fondos. Editores que no conocen las diferencias entre un epub o un pdf, que no saben qué plataforma admite tales o cuales formatos, o las posibilidades de unos y otros. El paso o transformación de impreso a digital es complicado: es necesaria una planificación previa y una serie de decisiones que implican que los responsables tengan conocimientos de lo que se va hacer. Este post en el blog de Inkling da buena cuenta de ello.
Es verdad que muchos sedicentes expertos y consultores han vendido la piel del oso antes de cazarlo; pero no es menos cierto que los responsables de liderar el proceso de cambio eran, y siguen siendo, los editores, cuyas actuaciones (o, por mejor decir, falta de ellas) han derivado en un estado de cosas lamentable para el universo del libro.
Tomar el toro por los cuernos
Creo que es imprescindible que editores y profesionales del sector tengan en cuenta estos problemas y trabajen desde ya para solucionarlos. Aunque el libro electrónico no representa, ni mucho menos, la magnífica oportunidad (en términos de rentabilidad, sobre todo) que algunos tratan de vender, no hay duda de que su implantación y evolución son ineludibles.
Hay que situarse a la vanguardia de ese cambio y decidir cómo queremos que se lleve a cabo, puesto que sólo los profesionales de la edición pueden comprender los retos que se plantean y aportar las soluciones que estos demandan. Ya hablaba hace unos días Aharon Quinconces sobre ello en una entrada en su blog («Claroscuros del libro electrónico») y otros muchos han afirmado lo mismo. No es viable aspirar a posicionarse en el futuro como editores si no nos responsabilizamos hoy día del desarrollo del libro, del mercado y del negocio editorial.
Por ejemplo: sería de ayuda que todos los editores participasen de proyectos como el de IDPF, o, a nivel mayor, de W3C, puesto que la adopción de un estándar redunda en beneficio de todos. Bien es cierto que los costes (en dinero, en tiempo y en recursos) son altos, pero no parece descabellado pensar en una asociación nacional que pudiese representar esos intereses en organismos como los citados. Incluso sería interesante poner en marcha iniciativas propias, animando a desarrolladores, programadores y profesionales a involucrarse en la adopción de estándares y en la creación de una verdadera edición digital; una que preste atención al objeto, al libro, y no (sólo) a su venta.
Sería de ayuda la celebración de eventos que, lejos de maquillar la realidad o versar sobre los temas recurrentes (piratería, modelos de venta, autoedición), se centrasen en el análisis del estado actual de la edición y aportasen formación, datos, propuestas e información. El Congreso del Libro Electrónico del año pasado fue un intento bienintencionado, pero se quedó muy lejos de constituir un referente en lo que a edición digital «de verdad» se refiere.
Son cuestiones sobre las que los editores deberían meditar; y hacerlo ya, cuanto antes. En el artículo Are books data? Anthony Levings se pregunta si la diferente consideración acerca de los libros puede acarrear consecuencias. Porque dejar la edición en manos de empresas cuyos beneficios provienen de la venta de aparatitos, o de aficionados con buena intención, pero nulos conocimientos, no puede sino traer disgustos para todos.
1 Comment
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Cuantas veces lo hemos ducho entre nosotros. Siempre es bueno que consideraciones como estas salgan a luz, justamente para iluminar el panorama, para disipar sombras. En la renuencia del editor a ser protagonista de su futuro está, como dices, una clave de la situación actual. Aún puede corregirse la ruta.