Tarifas, precariedad y calidad
Al hilo de las últimas entradas de este blog hemos hablado de precios y calidad. Como es lógico, ambos conceptos están muy relacionados con el trabajo, con la labor del profesional que lleva a cabo un diseño o una conversión digital; por lo tanto, no es posible valorar el resultado de un trabajo sin tener en cuenta antes la situación del mercado laboral en este ámbito.
Todo a cien (o a un euro)
La realidad del sector es que los precios que se aplican a los servicios de conversión y diseño digital son los más bajos posibles. Pongo un ejemplo de primera mano: un ensayo de unas 200 páginas, con más de 40 imágenes y docenas de notas al pie se ha pagado a 40€. Sé de buena tinta que hay editoriales publicando textos legales, de formación o de ensayo (es decir, no simple texto corrido, que es más sencillo y rápido de convertir), que aplican una tarifa de 0,10€ por página; es decir, 10€ por pasar a formato electrónico un texto de 100 páginas con elementos complejos como son las notas, las tablas o las imágenes. Repito: 10€ por una labor que puede llevar entre 5 y 7 horas de trabajo. Calculen el precio/hora resultante, valoren el hecho de que la mayoría de los que nos dedicamos a esto somos autónomos (con lo que esa tarifa es bruta y hay que restarle impuestos, Seguridad Social, etc.) y extraigan conclusiones.
Es obvio que hay editoriales y empresas que pagan más, por supuesto, pero tanteando el sector uno llega a la conclusión de que las tarifas “indias” (en alusión a los precios que empresas hindúes han venido aplicando en los últimos tiempos) son las más extendidas en el mundillo editorial. Tarifas, como podemos comprobar, que en absoluto compensan la dedicación que muchas de esas conversiones digitales requieren y que, inevitablemente, conllevan la comercialización de libros válidos (desde un laxo punto de vista técnico), pero de una calidad baja.
Si puedo leer el libro, el libro está bien hecho
De nuevo entramos en el pantanoso terreno de la calidad, del que tanto se viene hablando en los últimos meses. ¿Es importante que un libro electrónico esté compuesto a la perfección para publicarse? Por supuesto que no. Para distribuirse y leerse en la mayoría de las plataformas basta con que cumpla unos mínimos requisitos técnicos y pase algún tipo de validación; si lo hace, el libro podrá distribuirse prácticamente en todo el mundo sin necesidad de nada más.
Sin embargo, los profesionales digitales pueden lograr resultados muchos mejores. Se trata de, en primer lugar, editar de manera exigente el libro, pasando por un proceso de corrección, de revisión y de conversión que asegure la coherencia del texto final y la integridad del mismo. Se trata de aprovechar las herramientas tecnológicas que tenemos a nuestro alcance para implantar un flujo de trabajo digital que, por una parte, facilite la producción en diversos formatos y, por otra, permita futuros cambios sin tener que repetir procesos (y encarecer el trabajo). Se trata de que el código de los libros sea completo y semántico, para que los inevitables desarrollos y cambios futuros no los dejen obsoletos o inservibles en un plazo breve; y también para garantizar su compatibilidad con soportes destinados a personas con alguna deficiencia.
Precarización para el mundo digital… y el físico
Estas características van de la mano con un proceso generalizado de precarización en el sector editorial que, por desgracia, incluye a casi todos los profesionales envueltos en la labor de crear, diseñar, editar y producir un libro (sea o no electrónico). Los problemas del mundo editorial son muchos y algunos de ellos se arrastran desde hace años (véase un buen repaso en una entrada del imprescindible blog de Bernat Ruiz Domènech), pero la feroz competitividad y la vorágine de publicaciones a la que nos ha llevado hace que —como suele ocurrir— se escatimen medios y experiencia en favor de una producción desmedida que se ha olvidado de cuidar la calidad de los libros.
Las tarifas, los sueldos que se pagan, son sólo el exponente de la mediocridad y cicatería de una industria empeñada en rentabilizar un producto demasiado especial para tratar de venderlo como si fuera un electrodoméstico o un producto de belleza. Y la falta de calidad final, mucho me temo, acabará por pasarnos factura. A todos.